viernes, 18 de junio de 2010

De lo simple de la sabiduría y del arte de vivir...

Gracias Saramago


De

“Las pequeñas memorias”


……….”El niño que fui no vio el paisaje tal como el adulto en que se convirtió estaría tentado de imaginarlo desde su altura de hombre .El niño, durante el tiempo que lo fue, estaba simplemente en el paisaje, formaba parte de él, no lo interrogaba, no decía ni pensaba, con estas u otras palabras: “¡Qué bello paisaje, qué magnífico panorama, que deslumbrante punto de vista!” Naturalmente, cuando subía al campanario de la iglesia o trepaba hasta la cima de un fresno de veinte metros de altura, sus jóvenes ojos eran capaces de apreciar y registrar los grandes espacios abiertos ante él, pero hay que decir que su atención siempre prefería distinguir y fijarse en cosas y seres que se encontraran cerca, en aquello que se pudiera tocar con las manos, también en aquello que se le ofreciese como algo que, sin tener conciencia de eso, urgía comprender e incorporara al espíritu ( excusado será recordar que el niño no sabía que llevaba dentro de sí semejante joya), ya fuera una culebra reptadora, una hormiga levantando al aire una raspa de trigo, un cerdo comiendo en la artesa, un sapo bamboleándose sobre las patas torcidas, o también una piedra, una tela de araña, el surco de tierra levantada que deja el hierro del arado, un nido abandonado, la lágrima de resina seca en el tronco del melocotonero, la helada brillando sobre las hierbas a ras del suelo. O el río. Muchos años después, con palabras del adulto que ya era, el adolescente escribiría un poema sobre ese río- humilde corriente de agua hoy contaminada y maloliente- en el que se bañó y por donde había navegado. Protopoema lo llamó y aquí queda:

Del ovillo enmarañado de la memoria,
de la oscuridad, de los nudos ciegos,
tiro de un hilo que me parece suelto.
Lo libero poco a poco,
con miedo de que se deshaga entre mis dedos.
Es un hilo largo, verde y azul, con olor a cieno,
y tiene la blandura caliente del lodo vivo.
Es un río.
Me corre entre las manos, ahora mojadas.
Toda el agua me pasa por entre las palmas abiertas,
y de pronto no sé si las aguas nacen de mí
o hacia mí fluyen.
Sigo tirando, no ya sólo memoria,
sino el propio cuerpo del río.
Sobre mi piel navegan barcos,
y soy también
los barcos y el cielo que los cubre
y los altos chopos que lentamente se deslizan
sobre la película luminosa de mis ojos.
Nadan peces en mi sangre y oscilan entre dos aguas
como las llamadas imprecisas de la memoria.
Siento la fuerza de los brazos y la vara que los prolonga.
Al fondo del río y de mí, baja como un lento y firme latir del corazón.
Ahora el cielo está más cerca y cambió de color.
Y todo en él es verde y sonoro,
porque de rama en rama despierta el canto de las aves.
Y cuando en un ancho espacio el barco se detiene,
mi cuerpo desnudo brilla bajo el sol,
entre el esplendor mayor que enciende
la superficie de las aguas.
Allí se funden en una sola verdad
los recuerdos confusos de la memoria
y el bulto súbitamente anunciado del futuro.
Un ave sin nombre baja de no sé dónde
y va a posarse callada sobre la proa rigurosa del barco.
Inmóvil, espero que toda el agua se bañe de azul
y que las aves digan en las ramas
por qué son altos los chopos y rumorosas las hojas.
entonces, cuerpo de barco y de río
en la dimensión del hombre, sigo adelante hasta el dorado remanso
que las espadas verticales circundan.
Allí, tres palmos enterraré mi vara
hasta la piedra viva.
habrá un gran silencio primordial
cuando las manos se junten con las manos.
Después lo sabré todo.

No se sabe todo, nunca se sabrá todo, pero hay horas que somos capaces de creer que sí, tal vez porque en ese momento nada más nos podría caber en el alma, en la conciencia, en la mente, comoquiera que se llame eso que nos va haciendo más o menos humanos. Miro desde lo más alto del ribazo la corriente que apenas se mueve, el agua casi plomiza, y absurdamente imagino que todo volvería a ser lo que fue si en ella pudiese volver a zambullir mi desnudez en la infancia, si pudiese retomar en las manos que tengo hoy la larga y húmeda vara o los sonoros remos de antaño, e impeler, sobre la lisa piel del agua, el barco rústico que condujo hasta la frontera del sueño a un cierto ser que fui y que dejé encallado en algún lugar del tiempo.”

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José Saramago

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